¿Puede ser el ‘coworking’ rural una opción para poblar la ‘España vacía’?

La despoblación del entorno rural es una realidad palpable en nuestro país. Mientras tanto, las grandes ciudades cada vez están más abarrotadas y los centros urbanos se han convertido casi en parques temáticos consagrados al turismo, disparando los precios del mercado inmobiliario. Ante esta situación, encontrar locales destinados a espacios de coworking es cada vez más difícil. Y dar con una vivienda a buen precio es casi una quimera.

Sin embargo, hay una opción que resuelve de un plumazo varios de estos problemas: el coworking rural. El primero de ellos es la despoblación rural. Aunque la irrupción de la COVID-19 hizo que muchas personas decidiesen instalarse en algunas localidades de la España vacía, aprovechando la posibilidad de teletrabajar, la obligación de retornar a la oficina y la paulatina pérdida del miedo a la enfermedad han hecho que volvamos al punto de partida prepandemia.

Y dicha situación ya era bastante preocupante. Según los datos del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, tres de cada cuatro municipios perdieron población entre 2010 y 2019.

Mientras tanto, y tras el desplome sufrido durante la crisis de la Covid-19, el precio del alquiler de oficinas en las grandes ciudades no para de crecer y ya ha recuperado, e incluso superado, los niveles prepandemia.

Ante tal situación, el coworking rural se presenta como una opción muy interesante, tanto para atraer población como para ofrecer una alternativa a buen precio para aquellas personas que necesitan un espacio donde trabajar o realizar reuniones.

“El establecimiento de estos espacios con buenas infraestructuras y programas de actividades puede convertirse en un potente atractivo para las zonas rurales”, explica Carles Méndez, investigador de Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y experto en el fenómeno del coworking.

De hecho, en nuestro país hay varias iniciativas en marcha que fomentan el coworking rural. Una de ellas es Cowocat Rural, en Cataluña. “Esta asociación es un referente en cuanto al coworking rural en Europa. Sus profesionales han viajado a diferentes países europeos, como Alemania, para asesorar iniciativas de este tipo”, subraya Méndez.

Otras organizaciones relevantes son la asociación Cowocyl y el proyecto Sierra de la Demanda, en Castilla y León. Hay que recordar que ésta es una de las comunidades autónomas más afectadas por la despoblación, junto con Extremadura, Galicia y Asturias.

¿Quiénes apuestan por el coworking rural?

El experto de la UOC especifica que «el perfil de los trabajadores que optan por el coworking rural es predominantemente autónomo y freelance, a diferencia del coworking urbano, en el que también hay una significativa presencia de trabajadores corporativos”.

Indica que también hay trabajadores por cuenta ajena que se pagan el espacio porque “quieren trabajar en el pueblo donde normalmente hacen vacaciones”. De hecho, Méndez señala que el número de trabajadores por cuenta ajena que utilizan el coworking rural ha crecido considerablemente durante el periodo posterior a la pandemia. Y la explicación a este incremento está en el auge del teletrabajo.

Entre los trabajadores por cuenta ajena que más se están interesando por el coworking rural destaca aquellos profesionales de empresas y organizaciones vinculadas a las actividades TIC, ingenierías y del ámbito de la comunicación. Por ejemplo, especifica que el 45% de los usuarios que usan espacios rurales de coworking en Cataluña se encuadran en este grupo de profesionales vinculados. El 55% restante se reparte entre otras áreas de actividad, entre las que sobresalen las artes gráficas o el turismo.

En cualquier caso, remarca que “la mayoría de los usuarios siguen siendo freelances y autónomos que encuentran en esta opción una forma atractiva de conciliar el trabajo con el bienestar que proporciona el entorno rural”.

Impacto positivo en los pueblos

Por otro lado, el investigador remarca que el coworking rural puede generar sinergias en el ámbito social y económico que van más allá de las posibilidades de un espacio de coworking urbano. “Puede crear un marco propicio para la formación de vínculos más intensos entre los profesionales que compartirán este espacio. Esta conexión más estrecha puede favorecer colaboraciones y sinergias profesionales que enriquecen las oportunidades de negocio y el intercambio de conocimientos”, expone.

De este modo, reseña que atraer talento y profesionales a estas áreas rurales no sólo impacta positivamente en la generación de riqueza y en la actividad económica de los pueblos y comarcas que los reciben, sino que también repercute indirectamente en la creación de servicios y el impulso de la economía local.

“Aprovechar las ventajas únicas que ofrecen los espacios rurales, frente a los espacios urbanos, puede provocar un cambio de paradigma en la economía y la demografía de estas áreas que las haga más atractivas para nuevos residentes y empresas”.

No obstante, también reconoce que el coworking rural tiene algunos riesgos. “El principal es la viabilidad económica. El modelo de negocio de los espacios de coworking en Barcelona o cualquier gran ciudad está focalizado en el alquiler de espacios. Sólo alquilando los espacios ya tienen suficiente para ser viables económicamente. Esto mismo no sucede en los coworkings rurales, en los que el número de usuarios es muy inferior al que puede tener un coworking urbano”, advierte.

Así pues, Méndez señala que los coworkings rurales pueden acogerse principalmente a dos modelos de negocio para ser viables. “Uno es contar con financiación pública en una gran parte o convertirse en un servicio público en su totalidad. Y el otro es recibir financiación pública de forma parcial o convertirse en una iniciativa privada, en la que el coworking debe reinventarse y ofrecer otros servicios más allá del alquiler de un espacio, como el alquiler de habitaciones, el famoso coliving, servicios a empresas externas, servicios de ocio o restauración, entre otros”.

David Ramos