Cuando llegas Bansko por primera vez, es posible que tengas la sensación de haber retrocedido en el tiempo, a una época cuando las cosas eran más sencillas.
Las aves anidan en postes de telégrafo, unos grupos de abuelas con pañuelos en la cabeza conversan bajo los manzanos en las esquinas mientras los gitanos montados en carretas arrean a sus caballos por los caminos.
Por encima de los tejados rojos, los picos de mármol de los montes Pirin, al suroeste de Bulgaria, desfilan por las laderas cubiertas de pinos y se ciernen sobre la ciudad y su estación de esquí como las alas extendidas de un dragón.
Pero en un día cálido de principios de este verano, más de 700 emprendedores y trabajadores autónomos llenaron los cafés de esta ciudad provincial de 10.000 habitantes en el suroeste de Bulgaria. Una mezcla de lenguas, desde hebreo hasta japonés, llenaban el aire.
Dentro de un edificio en la plaza central, un joven alemán resaltaba las virtudes de una semana laboral de cuatro horas ante un auditorio lleno, mientras que en el parque local cientos de los llamados nómadas digitales hablaban sobre temas que van desde la inteligencia artificial hasta estrategias de networking y consejos de salud.