¿Qué es el éxito? ¿Ganar un premio Pulitzer y dejar la casa hecha una mierda o pasar los fines de semana tirada en el sofá por no tener energía es éxito? Tú puedes mirar mi página de Wikipedia y ahora yo te voy a contar lo que hay detrás». Mar Cabra, periodista de investigación especializada en periodismo de datos, según su página de Wikipedia, recibió el Premio Pulitzer 2017 como parte del equipo internacional que publicó Los papeles de Panamá. Lo que no dice esta enciclopedia online es que su devoción por lo que hacía se la llevó por delante. «Me olvidé de mí».
La pasión por el trabajo es probablemente una de las trampas más mortales del capitalismo contemporáneo. Pasión viene del latín passio (sufrimiento) y del griego pathos (dolor, sufrimiento, condición, muerte); trabajo, del latín tripalium (tres palos, en referencia a un instrumento medieval de tortura). «Parece cuanto menos curiosa la elección de las palabras para describir una dedicación extrema», dice Mónica Quintana, experta en inteligencia estratégica y liderazgo y fundadora de Mindset, una consultora de innovación y talento que trabaja con empresas del Ibex y grandes organizaciones internacionales para prepararlas para el futuro.
Un futuro en el que el concepto de éxito ha cambiado. «Hace poco tuve una reunión con miembros de un departamento de Harvard que está haciendo una investigación donde se ha validado la hipótesis de que las personas más apasionadas en su trabajo son las que más sufren de burn out, pues lo dan todo y no desconectan; están todo el tiempo pensando en sus responsabilidades o en cómo mejorar cosas, y no tienen la capacidad de calibrar». El camino desde películas como American Psycho (Mary Harron, 2000) hasta The Nest (Sean Durkin, 2020) –ambas sobre el reverso tenebroso de los yuppies de los ochenta, la primera desde la aceptación, la segunda desde el rechazo– ha sido largo, pero parece que por fin despertamos al hecho de que el trabajo no nos va a devolver tanta pasión.
«Si antes tener muchas millas de las compañías aéreas era un signo de realización, hoy no es otra cosa que el reflejo del poco tiempo que se pasa en casa», dice Anna María Hurtado, directora de Marketing de Alares, empresa especializada en el cuidado de las personas, y que ayuda a ofrecer salarios emocionales a los empleados de las organizaciones. Las personas workaholic son cada vez más sospechosas, asegura Mónica Quintana. «Si no puedes dedicarle tiempo a tus amigos, a tu familia o incluso al cuidado de tu salud, entonces quizá hay algo que no estés haciendo tan bien, o no estás siendo capaz de gestionar el balance entre la vida y el trabajo».
«Las personas ‘workaholic’ son cada vez más sospechosas: si no puedes dedicarle tiempo a tus amigos, a tu familia o a tu salud, quizá hay algo que no haces tan bien» –Mónica Quintana, de Mindset
Existe la tentación de pensar que la pandemia ha supuesto un antes y un después en esta crisis, pero el cambio viene de atrás. Artículos como If You’re So Successful Why Are You Still Working 70 Hours a Week (Si eres tan exitoso por qué sigues trabajando 70 horas a la semana), publicado en 2018, abrieron el debate sobre el verdadero concepto de éxito desde una plataforma dedicada a la productividad y a los negocios. Y, como si hubiéramos estado viviendo en una perversa conspiración, arrojaba luz sobre conceptos como los insecure overachievers (los inseguros sobresalientes), un término que, según revela el artículo, utilizan explícitamente –aunque no en público– los líderes de las organizaciones, que buscan estos perfiles de forma deliberada porque son excepcionalmente capaces y extremadamente ambiciosos, aunque adolecen de complejo de deficiencia.
¿No se parece muchísimo al síndrome de la impostoraque tanto ha alimentado la carrera de obstáculos en que se ha traducido la incorporación de las mujeres al mundo laboral? Entonces, ¿hemos sido las mujeres víctimas de excepción del modelo de éxito predominante? Parece lógico pensar que sí, si a la dureza de la competición profesional se añaden los techos y acantilados de cristal, las brechas salariales y la desigualdad de oportunidades por la falta de reparto de las tareas relacionadas con los cuidados.
El momento pico de esta tendencia devastadora ha sido la pandemia, durante la cual «la prescripción de psicofármacos se ha triplicado entre las mujeres», según aporta Quintana: «Alguna de las hipótesis que se dan es que se debe al hecho de que se han quedado en casa haciendo el trabajo, mientras que asumían de forma mayoritaria la carga de la logística doméstica y la gestión de los niños y niñas en casa».
La pandemia ha servido sin duda de amplificador de tendencias que ya se manifestaban en el mundo laboral, bien derivadas del agotamiento del sistema capitalista actual, bien por la llegada al mundo laboral de nuevas generaciones con nuevas problemáticas y ambiciones, bien por el avance de las reivindicaciones feministas que aspiran a un mejor reparto de tareas y horas dedicadas a la vida y al trabajo.
Si en Estados Unidos esto se ha traducido en lo que ya se conoce como la Gran renuncia, en España nos hemos quedado en una movilización silenciosa en busca de una salida mejor, según se extrae de los datos de la Encuesta de Población Activa (EPA). Desde 2005, señalaba Jesús Escudero en un artículo publicado en su perfil de LinkedIn, el INE viene preguntando trimestralmente a los encuestados si están buscando otro empleo o si están haciendo 153 gestiones para establecerse por su cuenta. La conclusión al ver toda la serie es que la cantidad de personas tratando de salir de su trabajo actual en España se ha disparado hasta cifras nunca vistas: más de un millón y medio de empleados compatibilizan ahora su trabajo con la búsqueda de una alternativa mejor, frente al poco más de millón de personas a finales de 2005.
Esto explica algunas ideas emergentes. «Hay dos tendencias que han empezado a arraigar en España y que hemos podido ver en un estudio que hemos realizado recientemente», explica Mónica Quintana. «Por un lado, la economía de los creadores, donde cada vez más gente quiere ser su propia empresa, aprovechando las tecnologías digitales que les permiten ser su particular medio de comunicación o ser creadores de cursos, por ejemplo. Por otro, la side hustle economy, que consiste en compatibilizar tu trabajo principal con un proyecto personal en el que sublimas tu afición, y le das la oportunidad de que crezca lo suficiente para poder dedicarte a ella profesionalmente».
Otros modelos
Las empresas no son ajenas a estos procesos y comienzan a generar su propia reacción. Por una parte, la del sistema inmunitario de una postura arcaica aún presente en las organizaciones. Por ejemplo, explica Quintana, «cuesta mucho derribar la mentalidad de que un hombre se pueda coger una baja por paternidad sin que sus propios compañeros le miren mal».
A esto se suma que estamos transitando de un modelo fordista del trabajo a un modelo postfordista. «En el primero, la empresa te pagaba por estar ocho horas apretando tuercas como Charlot en Tiempos modernos. Las empresas necesitan comprender la naturaleza de las nuevas tareas del conocimiento. Si tienes un trabajo creativo, a lo mejor te pasas ocho horas sin producir y la creatividad te viene dos horas después de darte una ducha, ya en tu casa». De aquí viene la demanda de una mayor flexibilidad y confianza en la responsabilidad individual de los empleados.
Esto explica algunas ideas emergentes. «Hay dos tendencias que han empezado a arraigar en España y que hemos podido ver en un estudio que hemos realizado recientemente», explica Mónica Quintana. «Por un lado, la economía de los creadores, donde cada vez más gente quiere ser su propia empresa, aprovechando las tecnologías digitales que les permiten ser su particular medio de comunicación o ser creadores de cursos, por ejemplo. Por otro, la side hustle economy, que consiste en compatibilizar tu trabajo principal con un proyecto personal en el que sublimas tu afición, y le das la oportunidad de que crezca lo suficiente para poder dedicarte a ella profesionalmente».
Otros modelos
Las empresas no son ajenas a estos procesos y comienzan a generar su propia reacción. Por una parte, la del sistema inmunitario de una postura arcaica aún presente en las organizaciones. Por ejemplo, explica Quintana, «cuesta mucho derribar la mentalidad de que un hombre se pueda coger una baja por paternidad sin que sus propios compañeros le miren mal».
A esto se suma que estamos transitando de un modelo fordista del trabajo a un modelo postfordista. «En el primero, la empresa te pagaba por estar ocho horas apretando tuercas como Charlot en Tiempos modernos. Las empresas necesitan comprender la naturaleza de las nuevas tareas del conocimiento. Si tienes un trabajo creativo, a lo mejor te pasas ocho horas sin producir y la creatividad te viene dos horas después de darte una ducha, ya en tu casa». De aquí viene la demanda de una mayor flexibilidad y confianza en la responsabilidad individual de los empleados.
Esta existencia equilibrada a la que algunos llegan de una forma desesperada y autoimpuesta es lo que ahora las empresas se ven impelidas a dibujar para sus empleados. «Cuando llega Desigual y aprueba la jornada laboral de cuatro días a la semana, la responsable de Recursos Humanos reconoce que el objetivo de la medida es atraer el talento milenial y Z», destaca Cabra. «Ahora el sueldo se entiende como algo más complejo», remata Anna María Hurtado. «Por supuesto que queremos cobrar bien, pero también queremos que nuestra empresa se preocupe por nuestro bienestar y por nuestro desarrollo personal. En las ofertas de empleo, una de las primeras líneas ya destaca si es presencial, remoto o híbrido y hay personas que no se presentan si no ofrece flexibilidad. Queremos que cuando vayamos a la oficina sea para tener momentos de calidad con nuestros compañeros. Y si las condiciones se reducen al bruto anual, la reacción es: “Ah, ¿que no me ofreces nada?”».
«Por supuesto que queremos cobrar bien, pero también que nuestra empresa se preocupe por nuestro bienestar y desarrollo personal» –Anna María Hurtado, de Alares.
La nueva ambición
La nueva ambición, como todas las ambiciones anteriores, no es igualmente accesible para todos. Por lo pronto, es algo que las empresas están dispuestas a ofrecer a quienes la jerga de Recursos Humanos denomina como talentos. La clave de la negociación en este nuevo paradigma está en lo que Cal Newport llamó capital profesional en su libro Hazlo tan bien que no puedan ignorarte: Por qué ser competente importa más que la pasión para alcanzar el trabajo de tus sueños (Ed. Asertos, 2017).
Newport defiende que en lugar de dedicarnos a lo que realmente nos apasiona, tenemos que emplearnos en lo que se nos da bien, pues podremos destacar en ello y esto nos colocará en una situación competitiva en el mercado. Como efecto secundario, nos acabará gustando, pero principalmente podremos aportar capital profesional a las negociaciones. Como extra, el manual de Newport ofrece algunos consejos sobre en qué punto de la carrera se puede empezar a capitalizar este valor y transformarlo en más tiempo libre, más flexibilidad u otros beneficios. Quienes no pueden aportar aún un capital profesional en la mesa de negociación se pueden ver obligados a renunciar a parte de sus ingresos a cambio de estos beneficios.
¿Estamos dispuestos a ese intercambio? No, según el Estudio mundial sobre las aspiraciones de los empleados, realizado por Adecco después de la pandemia. Los españoles valoramos en primer lugar el salario, y después, por este orden: el bienestar y la seguridad en el trabajo, el ambiente laboral, el horario flexible y, por último, el desarrollo profesional.
En España, algunos pocos trabajadores pueden hablar de cobrar 60.000 € en lugar de 100.000 a cambio de poder trabajar desde el pueblo en Granada o de que tu empresa ofrezca cuidados para tus familiares. Existen elementos macro, que tienen que ver con la disponibilidad de la masa salarial para todo el mundo, que marcan los términos en los que formulamos las nuevas expectativas.
Hoy en día es mucho más difícil acceder a una vivienda en propiedad, por ejemplo, y quizá por eso una parte de los trabajadores más jóvenes quieran que sus empleadores les ofrezcan otros incentivos no salariales. Siempre con el apellido «no sólo», matiza Hurtado, es decir, sin renunciar a un salario económico.
Estas circunstancias macro explican libros como Futurofobia (Ed. Plaza & Janés, 2022), de Héctor García Barnés, que explora, desde una perspectiva determinista paralizante, la posibilidad de que los jóvenes renuncien a invertir en el futuro (una casa, una carrera profesional…) porque, sencillamente, este es muy poco atractivo. «¿Para qué pelear si todas las luchas están condenadas al fracaso? Todo lo que está por venir es peor que lo que ya tenemos». Por tanto, opinan los defensores de esta corriente, mejor invertir en el ahora.
El descreimiento se traduce, en las redes sociales, en la desaparición de las girl boss, las jefas o las chicas guerreras, para dejar paso a la bimboficación: esas imágenes de jóvenes con poses sexualizadas y completamente vacías de contenido, pensamiento o reflexión, propias de quienes lo dan todo por perdido o, al menos, como Escarlata O’Hara en los buenos tiempos de Tara, ya lo pensarán mañana.