Hace unos 12 años, Byron y Kaori Nagy decidieron dejar sus trabajos de oficina en Tokio y trasladar sus vidas al campo japonés.
A Byron, que es originario de Nueva Jersey y se trasladó a Japón después de la universidad, le atraía la idea de vivir de forma más sostenible, montar una granja y comprar y renovar uno de los millones de hogares rurales desocupados de Japón.
Con la población del país en declive, simplemente no hay suficientes personas dispuestas a comprar y restaurar los aproximadamente 8,5 millones de akiya, la palabra japonesa para referirse a una casa desocupada, como Business Insider ha informado anteriormente.
Pero con el auge del trabajo a distancia, crece el interés tanto de extranjeros como de ciudadanos japoneses por recuperar estas propiedades, según explicaron a Business Insider los consultores inmobiliarios estadounidenses Matthew Ketchum y Parker Allen, de Akiya & Inaka, con sede en Japón.
Los Nagy, que han tenido 3 hijos mientras vivían en el campo, han llevado la tarea al siguiente nivel, alquilando y renovando una antigua granja, construyendo una nueva al estilo tradicional y montando una granja en un pueblo rural de las afueras de Tokio.
En la última década, Byron y Kaori han transformado una granja de producción de gusanos de seda de 150 años de antigüedad en su hogar, así como en una casa de huéspedes para estancias cortas. También han creado una granja ecológica y están dando los últimos toques a una nueva casa construida desde cero al estilo de una granja tradicional japonesa, conocida como kominka.
«Hago la broma de que si eres occidental en Japón y llevas aquí más de 10 años, te pica el gusanillo de coger una akiya y empezar a reformar una casa antigua en la campiña japonesa«, cuenta Byron a Business Insider.
Las zonas rurales de Japón también se han vuelto más accesibles para los extranjeros en los últimos años con la llegada de Google Maps y un número cada vez mayor de señales de tráfico traducidas al inglés, según Ketchum y Allen.
«Hoy es más fácil que nunca vivir en este país», afirma Allen. «Los precios siguen siendo tan bajos como hace 10 o 20 años».
Byron, que es estadounidense, y Kaori, que es japonesa, se conocieron mientras trabajaban en Tokio.
Byron, de 38 años, creció en el condado de Bergen (Nueva Jersey) y fue a la universidad en el Bronx. Pasó el primer año de universidad estudiando en el extranjero, en Japón, y tras graduarse regresó al país para trabajar como organizador comunitario en un gobierno local del campo, a través de un programa de intercambio patrocinado por el gobierno japonés.
«En esa etapa de la vida, buscas lo desconocido, un reto y quieres salir de tu zona de confort», afirma Byron.
Byron se trasladó entonces a Tokio, donde conoció a Kaori y pasó varios años trabajando en recursos humanos y dirigiendo un pequeño negocio de Airbnb.
El devastador terremoto, el tsunami y el desastre nuclear de Fukushima en 2011 hicieron que la pareja se replanteara su vida urbana.
Querían escapar de su «estilo de vida consumista«, asegura Byron. Trabajaban muchas horas y gastaban mucho dinero, pero no tenían tiempo para hacer las cosas que les apasionaban.
«Me obligó a reflexionar no solo sobre mi fuente de ingresos, sino también sobre los alimentos que consumo, la conexión que tengo con ellos, la seguridad de los alimentos que consumo y la energía que consumo», añade Byron. «Tal vez sea algo típico de los millennials, pero simplemente sentí que sacrificar el presente por una posible seguridad en el futuro no valía la pena».
Byron y Kaori decidieron abandonar Tokio y perseguir su deseo de vivir de forma más sostenible en el campo. «Tenía muchas ganas de salir de la ciudad e intentar construir mi propia granja en la campiña japonesa», comenta Byron.
Los Nagy encontraron una granja desocupada de 150 años de antigüedad en un pueblo llamado Fujino, en Kanagawa, a una hora de Tokio. La casa se había utilizado anteriormente para la producción de gusanos de seda.
El propietario no quiso vendérsela, pero aceptó un contrato de alquiler a largo plazo y dio a Byron y Kaori vía libre para renovar la casa. Vivieron en una casa rural de alquiler en el bosque mientras pasaban un año renovando la granja.
«Mi idea era que podía sentarme y esperar a que se diera una situación ideal o que podía comprar este lugar aquí y ahora y pensar en cómo renovarlo para luego alquilarlo e intentar sacarle un beneficio», explica Byron.
Los Nagy destruyeron la granja y la reconstruyeron con materiales locales y reciclados, a menudo utilizando técnicas de construcción tradicionales japonesas. No pagaron alquiler por la granja durante el año que pasaron renovándola, y ahora pagan un par de cientos de dólares al mes de alquiler.
«Básicamente vaciamos el lugar por completo, arrancamos todas las ventanas y paredes, lo vaciamos hasta dejar el armazón y el tejado, y luego lo reconstruimos desde los cimientos con materiales reciclados y madera local», explica Byron.
Los Nagy utilizaron 150 esterillas de tatami recicladas como aislante en las paredes y emplearon una técnica tradicional de utilizar madera carbonizada como revestimiento de la casa.
Ni Byron ni Kaori tenían experiencia en la construcción o la agricultura antes de trasladarse al campo.
Byron cuenta que tuvo algunos «mentores», y que aprendió sus habilidades y técnicas, además de leer e investigar en internet.
Byron indica que en Japón suele haber «un estigma asociado a la venta o alquiler de tierras que han pertenecido a tu familia durante generaciones».
Según Byron, muchas familias japonesas no quieren vender propiedades que han sido sus hogares ancestrales durante generaciones, por lo que muchas casas están en mal estado.
«La gente tiene un gran bagaje cultural», afirma Byron. «La propiedad y la tierra han pertenecido a las familias durante cientos y cientos de años».
Mientras que los estadounidenses se apresuran a monetizar la propiedad y los bienes inmuebles, no hay muchos incentivos financieros para hacerlo en el campo japonés, dados los bajos impuestos sobre la propiedad y el bajo valor de las viviendas.
Byron hizo la mayor parte del trabajo de construcción, pero contó con la ayuda de voluntarios del programa Worldwide Opportunities on Organic Farms (WWOOF).
WWOOF es una red de organizaciones de todo el mundo que ayuda a personas a vivir temporalmente y hacer voluntariado en granjas ecológicas.
Byron y Kaori transformaron la granja en una espaciosa vivienda y casa de huéspedes a la que llamaron Yokomura Eco-Lodge, que alquilan en Airbnb.
Los Nagy viven en la casa de huéspedes, y tienen que mudarse temporalmente cuando grandes grupos alquilan el lugar. Pero este verano se mudarán a una nueva casa que llevan años construyendo.
Los Nagy también compraron un terreno en un pueblo cercano casi abandonado por unos 10.000 dólares (9.255 euros). Crearon Kasamatsu Farms en el terreno y han pasado los últimos 7 años construyendo una nueva casa. Planean mudarse este verano.
Cuando vi este lugar, pensé: «Vaya, es increíble», afirma Byron. «Aquí hay como 600 años de historia. Hay tierras de labranza abandonadas. Hay zonas donde solían estar las casas en las que aún quedan algunas viviendas antiguas. Pero aquí apenas vive nadie».
La casa está en lo que una vez fue un pueblecito de 9 casas. Hace unos 15 años, 5 de ellas se quemaron y desde entonces el pueblo está prácticamente deshabitado.
Cuando llegó el COVID-19 y el sector de la hostelería casi se paralizó, los Nagy se dedicaron a la agricultura y vendieron sus productos y huevos por internet a clientes de Tokio. Pero resultó difícil obtener beneficios con ese negocio.
«Estábamos vendiendo cosas a un precio superior, pero la escalabilidad de lo que estábamos haciendo era un reto debido a nuestra ubicación en el campo», comenta Byron. «La tierra no es plana y no éramos realmente capaces de aprovechar este negocio en términos de gestión».
Así que ahora los Nagy utilizan la granja sobre todo para su agroturismo, que ha repuntado en los últimos años, y para alimentarse.
Mantener el negocio de hostelería y la granja a flote durante la pandemia –momento en el que las Nagys también tuvieron a su tercer hijo– no ha sido fácil, afirma Byron.
«Ha sido una labor de amor y la pandemia me ha dejado sin aliento», afirma Byron.
Los niños Nagy –de 2, 8 y 10 años– van a la escuela Steiner Waldorf de Fujino. Kaori se encarga del marketing y las ventas de la granja, que sigue vendiendo huevos, y de la casa de huéspedes.
Han gastado entre 300.000 y 400.000 dólares (278.000 y 370.000 euros) en la construcción de su nuevo hogar y han contado con la ayuda en el trabajo manual de voluntarios, WWOOFers y amigos.
La casa está diseñada como una granja tradicional japonesa, con muros de tierra natural, suelo de adobe, paredes con paja como aislante y enormes vigas de madera. Pero tendrá energía solar y una caldera de leña para la calefacción.
Los Nagy instalaron un sistema de calefacción por suelo radiante hidrónico, que bombea agua caliente a través de tubos en el suelo. El método es más eficiente energéticamente que la calefacción por aire.
«El inconveniente de las casas japonesas tradicionales es que nunca estaban aisladas y pasaban mucho calor en verano y frío en invierno», explica Byron. «Todos los que han reformado una casa japonesa antigua saben que es un gran problema intentar que sea cómoda todo el año».
Las casas están llenas de detalles artesanales, como una bañera de madera de ciprés.
Sus hijos también han ayudado en lo que han podido.
Byron afirma que construir la nueva casa fue un «acto de amor», pero agotador, sobre todo durante la pandemia.
«Ahora me he sacado la espina y ya no me quedan ideales románticos sobre la renovación de una casa antigua en el campo; soy mucho más pragmático al respecto», admite Byron. «Es genial, increíble, pero no creo que lo volviera a hacer».
Byron describe el proyecto como construir «una kominka o una akiya desde cero».
«Tiene estos aspectos estéticos de la arquitectura tradicional japonesa, pero está muy centrada en el rendimiento y la vida moderna», apunta Byron.
Byron asegura que construir una casa japonesa nueva pero tradicional es «una forma de preservar ese patrimonio, pero poniéndolo en un formato más aplicable a la vida moderna, y a familias más pequeñas».
Byron espera que el próximo sea reciclar materiales de antiguas kominka y akiya que los propietarios no quieran vender o renovar.
«Hay muchos casos en los que la casa está muy deteriorada o los propietarios, por una razón u otra, no quieren venderla o alquilarla», explica. «Lo que hacen es contratar a un equipo de demolición, vienen con una excavadora, destrozan la casa, se la llevan y la queman o acaba en un vertedero».
Byron cogería la madera vieja y otros materiales de la casa y los utilizaría para construir casas diminutas o muebles.
«No es más que una idea, pero creo que tiene futuro, así que estoy intentando presentarla en forma de propuesta y hablar con otras partes que puedan estar interesadas, para ver si es algo que podemos llevar a cabo en el futuro», explica.