Hoy te voy a contar un cuento. Se aplica a miles de negocios pequeños y tradicionales. Ya llevamos unos 25 años de digitalización por todos lados pero a muchos aún se les atraganta lo de beneficiarse de ella.
Y eso que manejan las herramientas.
Ahí va el cuento.
Había una vez un panadero llamado Julián. Su panadería, «El Horno de la Abuela», era famosa en el barrio por sus barras crujientes y ese olor a masa recién horneada que te abrazaba al pasar.
Pero, como toda buena historia, esta tenía un giro inesperado: llegaron las grandes cadenas. Supermercados con pan congelado a precios ridículos, aplicaciones de reparto y clientes con menos tiempo que nunca.
A Julián no le iba mal, pero veía que cada día vendía un poco menos. «El mundo está cambiando», le decía su hija Ana, una universitaria pegada a su móvil. «Papá, tienes que digitalizarte».
«¿Y eso cómo se come? ¿Con mantequilla?»
El comienzo del cambio
Ana, que no podía ver cómo su padre se quedaba atrás, decidió ayudarle. «Mira, papá, empezaremos con algo sencillo: una página en Instagram».
«¿Instagram? Yo no sé ni cómo usar el WhatsApp».
«No te preocupes, yo me encargo. Solo necesitamos fotos bonitas de los panes y un par de historias sobre cómo los haces.»
En menos de una semana, la cuenta de Instagram de «El Horno de la Abuela» ya tenía 200 seguidores. Gente del barrio comentaba cosas como «¡Qué buena pinta!» y «Ese pan de centeno es el mejor».
Julián empezó a entender que el boca a boca ahora también era digital.
Del mostrador al móvil
El siguiente paso fue crear un sistema de pedidos online. Julián se resistía. «La gente viene porque le gusta hablar conmigo, Ana. Si les doy un móvil, ¿quién les va a preguntar por sus hijos?»
«Pero, papá, esto no es para quitarte a tus clientes de siempre. Es para llegar a los que no tienen tiempo de venir».
Y así nació una web sencilla donde los clientes podían reservar su pan favorito. Julián se sorprendió al ver cómo llegaban pedidos a las 11 de la noche. “Es increíble, Ana. La gente no duerme, pero quiere pan”.
El toque moderno
Ana convenció a Julián de que también necesitaban un blog. «Papá, escribe cómo haces el pan, cuenta las historias del horno. La gente quiere saber de dónde viene lo que come».
Y Julián, que siempre había tenido alma de contador de historias, empezó a escribir sobre su oficio. Un día habló de su primera hornada con su madre. Otro día, de cómo le costó aprender a hacer croissants perfectos.
Los posts se compartían en redes sociales, y pronto gente de fuera del barrio empezó a interesarse por su pan.
De barrio a ciudad (y más allá)
Un sábado por la mañana, Julián recibió una llamada. Era un influencer gastronómico que quería probar su pan. Al día siguiente, un vídeo sobre «El Horno de la Abuela» se hizo viral, y Julián tuvo que pedir ayuda a Ana para gestionar tantos pedidos.
«Esto es una locura, hija. Me llegan encargos de toda la ciudad. ¿Crees que deberíamos buscar una empresa de envíos?»
Ana sonrió. «Papá, ¿quién te iba a decir hace un año que ibas a mandar tus barras de pan a otra provincia?»
El pan digitalizado
Con el tiempo, Julián modernizó su negocio sin perder su esencia. Instaló un TPV para pagos digitales, lanzó una línea de panes especiales para deportistas, y hasta empezó a dar talleres online de panadería.
Pero no dejó de hacer lo que más le gustaba: hornear. Seguía saludando a sus clientes de toda la vida y preguntando por sus hijos, pero ahora también recibía mensajes de personas a kilómetros de distancia agradeciéndole por el mejor pan que habían probado.
«¿Sabes, Ana?», dijo un día. «Pensaba que esto de la digitalización era un lío. Pero resulta que es como el pan: todo está en la masa que le pongas».
Y así, Julián no solo salvó su negocio, sino que lo hizo crecer más allá de lo que había imaginado. Porque digitalizarse no es dejar de ser lo que eres, sino encontrar nuevas maneras de compartirlo con el mundo.
Ah no, que hasta el pan ahora llega por correo. ¿Quién lo iba a decir?
La digitalización tiene que ver con la pasión por tu cliente. Obsesión por llegar a él, saber que opina, agilizar tu servicio y permitir que te recomiende. Cualquier negocio es digitalizable y la mayoría de las herramientas son gratis (redes sociales, whatsapp, blog, estadísticas…). Ya sé que “si algo es gratis el producto eres tú”, a mi no me importa que vendan mis datos y me pongan publicidad sin al mismo tiempo, igual que Julián, puedo anunciar los míos.